Este pequeño café en Córdoba, Argentina, fue construido en una reducida área triangular. Es un ejemplo de aprovechamiento del espacio y de su uso público.

En la esquina de las avenidas Hipólito Yrigoyen y Buenos Aires, en la ciudad de Córdoba, Argentina, se acurruca, pequeño pero vistoso, el Caffè del Popolo. Se erigió en un rinconcito que resultó del espacio entre dos edificios de más de diez pisos, en una zona central de la ciudad. 

Diseñado por Rare Studio Experimental –una firma conformada por los arquitectos Mateo Unamuno, Iván Ferrero y Agustín Willnecker–, este café es un ejemplo de cómo aprovechar, con maestría y gracia, espacios urbanos que fácilmente podrían perderse. 

“El encargo, de un cliente con el que ya habíamos trabajado, fue hacer un café al paso, de tamaño mínimo. Cuando fuimos a ver el lote nos pareció un espacio alucinante: era muy reducido, pero tenía mucho potencial. Ese rinconcito entre dos edificios ya tenía una construcción pequeña, desocupada, y la gente ni siquiera la notaba”, cuenta Unamuno.

Los arquitectos enfrentaron principalmente dos desafíos. El primero era lograr que el lugar se viera en esa esquina escondida. El segundo, responder a las condiciones del lote: un triángulo de tres metros cuadrados. 

Abstracción: una clave para el Caffè del Popolo

Para darle visibilidad, primero plantearon una fachada que reflejaba como un espejo. “Al cliente no le gustó y por eso hicimos una segunda propuesta –la definitiva–. Es plástica y orgánica, y surgió de imaginar cómo se vería un papel gigante si se intentara meter a la fuerza entre los dos edificios”.

La fachada es de fibra de vidrio. El uso que se le dio al material se asemeja a la manera en la que se hacen, por ejemplo, los toboganes de piscina, que requieren lo mismo que una construcción como esta. Tenía que ser fuerte, liviana, no tan costosa y resistente al calor y al frío. 

El resultado habla de una concepción de la arquitectura desde una perspectiva de lo líquido, lo abstracto y lo dinámico. “También era importante entenderlo como una manera de recuperar un espacio pequeño y olvidado, que aparentemente no tenía potencial por su ubicación y tamaño. Con una acción estética, en este caso, se puede lograr la renovación de una parte de la ciudad”, afirma Willnecker.

“Es una esquina que tiene bastante movimiento en la ciudad de Córdoba. Pasan carros y muchos peatones. Tiene una dinámica muy de centro de la ciudad, aunque no está en el centro histórico. De hecho, está cerca de varias universidades, así que el flujo es grande”, concluye Willnecker.

Por su localización en la ciudad y por el tipo de proyecto que es, el uso del espacio público se facilita de manera espontánea. No hay que comprar un café para poder sentarse en esa esquina, así que la gente, que antes seguía de largo, ahora se queda ahí un rato a conversar y tomar algo. 

Hijo de la pandemia

El café tiene otros dos niveles, además de la planta baja, a los que se sube por una escalera marinera. En el segundo piso hay un baño y en el tercero, un depósito. Es la máxima optimización del espacio.

En un lugar tan reducido, los arquitectos tuvieron que pensar en cada metro cuadrado a fin de ocuparlo con los implementos necesarios para hacer y vender café. El reto era tal, que fueron al local y dibujaron con cinta de enmascarar cada objeto –la licuadora, el molinillo, los vasos, el lavaplatos, etcétera– para medir el espacio en el que se iba a disponer.

Probablemente, antes de la pandemia no se hubiera pensado en hacer un café con esas características en un lugar comercial de una ciudad grande como Córdoba. “A esta altura, sería impráctico utilizar un local muy amplio para montar un café, no solo por costos sino por la forma como la gente usa el espacio después del COVID-19”, reflexiona Willnecker.

Con esa idea en la cabeza, en el proyecto incluyeron los banquitos que están en el andén –o la vereda, como dicen en Argentina–. Están hechos de hormigón y arriba tienen unas chapas metálicas recicladas. “Son una experimentación material que ya habíamos hecho antes de hacer el café. Están inspirados en una obra de la arquitecta italobrasileña Lina Bo Bardi (1914-1992)”, cuenta Unamuno.

“Pensamos: ‘Lo que estaba en la calle, que vuelva a la calle’. Las chapas las encontramos por ahí y las usamos para hacer los bancos, que están pegados al suelo. Lo lindo es que se pueden utilizar incluso cuando el café está cerrado. Son propiedad de la ciudad, más que del café”, añade Willnecker.

Ese gesto de generosidad resume a la perfección la esencia del local: su afán de abrirse al uso público. De hecho, su nombre, Caffè del Popolo, significa en italiano café del pueblo o café de la gente.

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